
El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa (c) visita la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en abril de 2023 con motivo de un ciclo dedicado a él y a su obra. Foto: EFE/ Kiko Huesca
Vargas Llosa antes de la fama: del maltrato de su padre al éxito descomunal de 'La ciudad y los perros'
La turbulenta infancia del escritor dejó un poso imborrable en su personalidad e inspiró los episodios centrales de su primera novela.
Vargas Llosa, que ha fallecido esta madrugada en Perú, nació en el seno de una familia de clase media en Arequipa (Perú) el 28 de marzo de 1936. Pocos meses después, su abuelo materno, Pedro J. Llosa Bustamante, consiguió un contrato para regentar una hacienda algodonera en Bolivia, por lo que se desplazó con toda su familia a Cochabamba. Vargas Llosa vivió en esta ciudad hasta los 10 años. Cuando José Luis Bustamante y Rivero alcanzó la presidencia de la República peruana en 1945, la familia regresó al país, pues el abuelo —primo del nuevo mandatario— obtuvo un cargo de prefecto en el Departamento de Piura, ciudad al norte de Perú.
Hasta los 11 años, Vargas Llosa fue feliz en Piura junto a su familia, que satisfizo todos sus deseos y alabó sus ocurrencias infantiles, pero en diciembre de 1946 su vida dio un vuelco. Su madre, Dora Llosa, lo llevó a un hotel para que conociera a su padre, Ernesto Vargas, que supuestamente estaba muerto. En realidad, se había fugado al quinto mes de embarazo y su madre se lo había ocultado. Fruto del reencuentro, Ernesto consigue convencer a Dorita para que se vayan a Lima con su hijo, abandonando al resto de su familia.
Sin ser aún consciente, el futuro escritor se despidió de la inocencia en las dieciocho horas que duró el viaje a la capital. Vargas Llosa comprueba, sin haber llegado a Lima, que su padre es un hombre autoritario y severo. En las primeras horas junto a él, que inspiraron algunos pasajes de La ciudad y los perros, ya sintió el miedo hacia su figura, aunque tal vez entonces no imaginara que muy pronto sería testigo de los maltratos a su madre.
Se instalan en la calle Salaberry, ubicada en el distrito de Magdalena del Mar. Lima era entonces una ciudad impersonal, incluso hostil para aquel niño que extraña su vida familiar en Piura.
Vargas Llosa ha relatado en más de una ocasión que en aquellos años se metía en la cama temprano para escapar de la violencia a la que su madre y él eran sometidos. En la citada La ciudad y los perros, la novela con la que debutó y se convirtió en un autor de éxito, el escritor construye el personaje del Esclavo para recrear las agresiones sufridas por parte de su cruel progenitor quince años antes.
Este trauma lo marcaría para siempre, si bien las consecuencias no solo devinieron en un carácter férreo e insurrecto frente a cualquier tipo de autoridad. Los libros, que entonces fueron su refugio y vía de escape, acabarían completando un proceso de transformación personal hasta convertirlo en un autor inconmensurable. Las lecturas de Julio Verne fueron las primeras que lo deslumbraron en las noches de desvelo.
En 1948, Manuel Odría alcanza el poder en Perú a través de un golpe de Estado. Ernesto Vargas, defensor de los golpistas, envía a su hijo al colegio militar Leoncio Prado con el objetivo de corregir una educación que consideró excesivamente permisiva. Confiaba en que la estricta disciplina de los militares acabaría con la vocación literaria del niño mimado.
No fue así, ya se sabe, pero la atmósfera violenta del centro tuvo efectos decisivos en el comportamiento del autor venidero, que empezó escribiendo cartas de amor por encargo a las novias de sus colegas. “Me convertí en un escritor profesional”, dijo en una entrevista.
Su carácter, tímido e introspectivo, se endurece por las agresiones y el acoso de muchos militares y compañeros, pero sigue leyendo. Descubre a Victor Hugo, fascinado por la primera lectura de Los miserables, y a Dumas a través de Los tres mosqueteros. Vargas Llosa tenía 13 años cuando empezó a interesarse por el idioma francés, que acabó siendo determinante hasta el punto de ser nombrado miembro de la Academia Francesa.
En el verano de 1952, cuando tenía 16 años, Vargas Llosa entra en la sección de sucesos de La Crónica, el rotativo que dirigía Pablo Becerra. Colabora en la investigación de secuestros, asesinatos de prostitutas y otros episodios escabrosos que a la postre resonarían en su narrativa. Por las noches, sale con otros miembros del periódico, conoce la droga, el alcohol, los burdeles y la vida social de la capital peruana, aunque muy pronto el carácter disciplinado acabaría ganando la partida.
El encuentro con un compañero de redacción resultaría providencial. El poeta bohemio Carlitos Ney le revela lecturas de algunos novelistas americanos de la “generación perdida”, le descubre a Malraux y le recomienda los cuentos de El muro, de Jean-Paul Sartre. El aspirante a escritor ya había leído Qué es la literatura, del existencialista francés, y comprendió que el oficio exigía el empeño de toda una vida.
Tan profunda fue la asimilación de esta consigna que, a partir de entonces, Vargas Llosa priorizó sus novelas sobre cualquier relación afectiva. No tuvo reparos en renunciar a lo que se opusiera entre él y su obra. Su determinación para la escritura era innegociable.
Cuando descubre sus salidas nocturnas, su padre lo saca del periódico, pero ya no volvería al Leoncio Prado. Ernesto debió intuir entonces que no lograría moldear a su hijo conforme a sus deseos. Vargas Llosa vuelve a Piura, con su tío Lucho y su tía Olga, para terminar su último año de colegio. Fueron meses alegres e ilusionantes. Mientras trabajaba en el periódico local La industria, en el que fue recomendado por sus compañeros de La Crónica, escribe la pieza teatral La huida del inca, una obra que hoy no está accesible para los lectores españoles y, sin embargo, entonces fue un éxito.
En la biblioteca del tío Lucho, el escritor en ciernes comienza a contagiarse de la ideología marxista gracias a títulos como La noche quedó atrás, la autobiografía del comunista Jan Valtin. Pletórico de conciencia social, empieza a escribir crónicas acerca del movimiento revolucionario de Bolivia. Simultáneamente, Vargas Llosa se enfrenta al director de su colegio y lidera una huelga que acaba con su expulsión. Casi sin darse cuenta, se había convertido en un líder estudiantil.
En diciembre de 1952 regresa a Lima, ahora sí, absolutamente convencido de que quiere escribir. Tenía 17 años cuando se dio cuenta de que “la mejor manera de enfrentarse a Odría era ingresar en el Partido Comunista”. En la Universidad de San Marcos, además de estudiar Derecho y Literatura y aprender francés, ingresa en la célula revolucionaria Cahuide (referencia a un líder inca). Su nombre de guerra sería Camarada Alberto. Las revoluciones estudiantiles en las que participó inspiraron buena parte de la narración correspondiente a Conversación en la catedral, una de sus obras más aclamadas.
Amén de la excitación política que gobernaba sus pensamientos subversivos, en el aula queda asombrado por la elocuencia y la sabiduría del profesor Raúl Porras Barrenecha, que fue embajador de Perú en España y acabó convirtiéndose en una especie de preceptor de Vargas Llosa. Trabajan juntos en la elaboración de una enciclopedia de cronistas de Perú. De aquella tarea, extrae los conocimientos necesarios para la investigación en archivos, a la postre tan útiles en la fase de investigación de sus novelas.
El siguiente giro en su vida tiene lugar en mayo de 1955. Vargas Llosa se enamora perdidamente de Julia Urquidi, hermana de su tía Olga, que estaba casada con Luis Llosa, hermano de su madre. Contraen matrimonio en secreto cuando Mario tenía 19 años, diez menos que ella. Su padre logró que la expulsaran del país cuando se conoció el escándalo, pero no pudo impedir una relación que duró once años. De aquella historia manan muchos de los pasajes que componen La tía Julia y el escribidor, novela publicada por el escritor en 1977. Urquidi, por su parte, respondería por alusiones en 1983 con Lo que Varguitas no dijo, un libro de memorias.
Habría de llover mucho hasta entonces. Aún en los años del enamoramiento, se fraguaron amistades muy importantes para el futuro de Vargas Llosa. A través de la revista argentina Sur, dirigida por Victoria Ocampo, conocería a Juan Rulfo, Bioy Casares y Octavio Paz. Por otro lado, estaba Luis Loayza, que le descubrió a Jorge Luis Borges y fundó la revista Literatura, de la que fue editor Vargas Llosa, y el director del suplemento dominical de El comercio, Abelardo Oquendo.
Sus relaciones literarias empiezan a consolidarse en Perú, pero Vargas Llosa se muere por ir a París, que era la patria de los grandes escritores. En aquellos años, necesitaba acumular el dinero suficiente para marcharse, así que llegó a tener hasta siete empleos distintos: además de sus colaboraciones literarias, trabajó durante un tiempo en el Cementerio Presbítero Maestro. Su tarea consistió en elaborar fichas de los cuarteles coloniales, cuyos registros se habían extraviado. “Me pagaban por muerto”, dijo en una entrevista.
Aunque apenas le quedaba tiempo para escribir, logró ganar un premio con el cuento El desafío, que fue traducido al francés por la mujer de César Vallejo. Se trataba de un concurso organizado por una revista francesa y el premio consistía en una estancia de diez días en París. Tenía 21 años cuando, en enero de 1958, pisó por primera vez el paraíso anhelado. Aquella noche compró un ejemplar de Madame Bovary, de Flaubert, en la librería La joie de lire, ubicada en el barrio latino de la ciudad del Sena.
No consiguió, en aquel viaje, conocer personalmente a Sartre, pero se presentó en el teatro donde Albert Camus ensayaba una obra y le entregó el cuento ganador. Además, le entrevistaron en Le Figaro. A su regreso a Lima, finaliza la carrera y presenta su tesis sobre Rubén Darío, pero ahora sí está convencido de que quiere ir a Europa. Cuando recibe la beca “Javier Prado” para realizar estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, Julia lo sigue. Apremiados por la necesidad económica, venden los muebles de la vivienda en la que residen. Vargas Llosa tenía 22 años. No volvería a Perú hasta 1964.
Ningún escritor hispanoamericano residente en Europa se ganaba entonces la vida escribiendo novelas. En plena posguerra, los escritores que vivían en Madrid estaban ahogados por la censura. La situación era desalentadora y, sin embargo, él alivia su zozobra en la Biblioteca Nacional, donde lee los libros de caballerías y Tirant Lo Blanc, título referido en la recepción del Premio Cervantes.
En diciembre de 1958 decide que va a dedicarse exclusivamente a la escritura: se promete no aceptar ningún encargo que no tenga que ver con la creación literaria. En El Jute, una tasca con un camarero vizco frente al Retiro, escribe las primeras líneas de La ciudad y los perros.
Inspirada en los episodios del colegio militar, recogería la hostilidad que vivió en sus propias carnes. “Para vengarme de aquella experiencia”, dijo. La violencia que latía en torno a unos adolescentes desesperados que, al mismo tiempo, eran víctimas de una educación que promocionaba una masculinidad rancia, pretendía también ser un reflejo de la sociedad peruana. Para Vargas Llosa, “escribir es lo único realmente apasionante que existe”, pero empieza a encontrar puntos débiles en la historia. La sensación de desasosiego comienza a manifestarse.
En plena crisis con el proceso de escritura de la novela, le comunican que Los jefes, su primer libro de cuentos escrito en Lima, había ganado el Premio Leopoldo Alas y se publicaría en la editorial Roca, de Barcelona. El reconocimiento vuelve a motivarlo. Desde entonces, la ferocidad con la que se entregó al oficio de la escritura será una constante hasta el final de su vida. Son pocos los compañeros que, conociéndolo, no hayan ponderado su capacidad de trabajo.
Se acaba la beca en Madrid, pero Vargas Llosa no volvería a Lima. Se va a París junto a Julia para cumplir su sueño: convertirse en escritor en la capital francesa. Los comienzos son difíciles: no consiguen trabajo, incluso participan como extras en una película de René Clair, pero finalmente su escena se corta en la posproducción. No llegan a pagar el alquiler del hotel, Julia cae enferma y el escritor se ve obligado a vender una propiedad que tiene en Lima. Arruinados, la novela era la última tabla de salvación a la que podían aferrarse.
Mientras tanto, Vargas Llosa trabaja como profesor de español, como periodista en la agencia France Press y presenta Literatura al día, un programa de divulgación en la Radio Televisión Francesa que le ofrece la oportunidad de entrevistar a Borges, entre otros. Cuando conoció a Cortázar, le sorprendió que fuera 22 años mayor que él. En París, gracias a las relaciones con sus colegas, comienza a sentirse un escritor latinoamericano.
La situación económica distaba de mejorar demasiado, pero consiguen mudarse a un apartamento en el distrito 6 de París. Durante tres meses, acogen a Julia de Guevara, madre del legendario Che Guevara. Cuatro años después del inicio de su escritura, en 1962 termina La ciudad y los perros. “He decidido dejarla como está. Me deprimen su dimensión y sus personajes”, habría dicho.
La presenta a las editoriales Ruedo ibérico (sello de los exiliados españoles) y Losada. Cuando no recibe la callada por respuesta, los mensajes son demoledores. Pide ayuda a sus amigos —incluso Cortázar trata de venderla sin éxito—, pero parece que el sueño de vivir de la literatura se esfuma. Aparece entonces Carlos Barral.
El poeta convertido en editor del sello Seix Barral queda fascinado por el manuscrito que su autor ya estaba pensando en recortar, y el 8 de septiembre de 1962 le envía un telegrama: “Que no se venda, que no se toque nada”. En el hotel Port-Royal de París, Barral le propone enviar la novela al Premio Biblioteca Breve para que la censura no pueda intervenir si finalmente gana. El 2 de diciembre de 1962, el jurado decide por unanimidad que la novela de Vargas Llosa es la vencedora. Se había presentado con el nombre de Los impostores.
Pese a las dificultades que finalmente sí presentó la censura —Manuel Fraga se acababa de incorporar como Ministro de Información y Turismo—, en noviembre de 1963 se publica en España La ciudad y los perros. El éxito absoluto de ventas que supuso se complementó con el Premio de la Crítica. En el colegio militar Leoncio Prado, escenario de la novela, se quemaron cientos de ejemplares. La repercusión fue apabullante a nivel mundial.
No fueron pocos los críticos que señalaron la influencia de William Faulkner y concretamente Las palmeras salvajes, obra traducida por Borges que hizo descubrir a Vargas Llosa la importancia central de la forma, según aseguró en alguna entrevista. Faulkner es el primer autor que le hace “leer con un lápiz”, tratando de “desentrañar la complejidad de las formas”. Recursos como la elipsis y valores como la riqueza de la prosa del americano permean en el estilo de La ciudad y los perros, cuya sorprendente estructura era inédita en castellano.
La novela de Vargas Llosa fue el detonante del boom latinoamericano, que albergó en Barcelona a narradores soberbios bajo el auspicio de la agente literaria Carmen Balcells. El mismo hecho explica que García Márquez y Carlos Fuentes también estuvieran muy influenciados por Faulkner. Desde entonces, la carrera del escritor peruano fue imparable.